La auto-estima, la propia imagen o la valoración y el aprecio por sí mismos, en los niños y menores, la formamos los padres y educadores, durante los primeros años de la vida y esta propia estima es nada menos que la base de su seguridad.
Los menores tienen un “banco emocional” que es receptáculo de los reconocimientos y estímulos de sus padres, así como de sus críticas y sanciones. Como nos dice Virginia Satir: todo esto es lo que permite tener una “olla llena o una olla vacía”, metafóricamente hablando sobre el estado anímico.
Nuestra cultura, desafortunadamente, nos ha llevado a marcar lo
incorrecto como método educativo, y es así como erróneamente utilizamos el “no”
en todo momento: no interrumpas, no corras, no grites, sin darles la
alternativa positiva que sería “necesito silencio en este momento”, “camina”,
“habla en voz baja”, etc.
También nos vemos calificando el ser del menor: eres desordenado, eres
irrespetuoso, sin darnos cuenta que lo que observamos y deberíamos hacer notar
es únicamente un comportamiento equivocado, o fuera de lugar.
Asimismo, por costumbre realmente nos olvidamos, o no tenemos
conciencia, de reafirmar lo correcto, lo positivo. Deseamos enfatizar que al
reafirmar lo positivo creamos en el niño y el joven el deseo de repetir esto
mismo que le hemos hecho notar, porque de esta manera se siente amado y
aceptado, se sabe reconocido, se sabe perteneciente.
La propuesta es adquirir la habilidad de reconocer a nuestros hijos y
alumnos sus actitudes positivas o exitosas, e ir minimizando las críticas, las
reprimendas y las sanciones, que únicamente los llevan a la repetición de estos
mismos actos, ya que es de esta manera como ellos sienten que obtienen la
atención de los adultos; esto es lo que los psicólogos califican como “llamadas
de atención negativas”.
Pero me dirán ¿cómo podemos hacer esto? Pues bien, aquí unas sencillas bases
de lo que llamaremos el reconocimiento o la alabanza descriptiva:
Una de las herramientas más útiles para reafirmar la autoestima de un
niño, o de un joven, es reconocerle; reconocer sus actitudes positivas, sus
actos, sus éxitos, sus logros (por pequeños que estos nos parezcan). Lo que podemos hacer es describirles en forma
apreciativa lo que vemos y sentimos, a fin de que ellos después de escucharnos
se reconozcan y se califiquen como hábiles, útiles, inteligentes, ordenados, cariñosos,
etc.
Deseamos aclarar que no estamos calificando, ni hablando, del “ser” sino
del “hacer”. No utilizaremos el verbo “ser” de ninguna manera. Y, algo
sumamente importante también, no evaluaremos, solo describiremos:
1.
Describamos lo que vemos:
Veo un cuarto ordenado… Veo una tarea terminada… Me doy cuenta el esfuerzo que hiciste para lograr (tal cosa)… Observo
que amarraste tus agujetas… ¡Lograste que la colcha cubriera la mayor parte de
la cama!.... ¡La mayor parte de tus juguetes están en su lugar!
2.
Describamos los sentimientos:
¡Me da mucho gusto ver tu escritorio ordenado!.... ¡Que orgulloso te
debes sentir con este logro!... ¡Me
gustan los colores que usaste en tu dibujo!.... ¡Estoy conmovida(o) por tu
composición (por tu poema)!.... ¡Es un placer entrar a esta recámara!... ¡Tus
abuelitos estuvieron felices con tus atenciones!
3.
El lenguaje no-verbal:
Un gesto agradable, un guiño de ojos, un beso, una caricia, un
“apapacho”… Esto también es
reconocer
4. Los detalles invaluables:
Un mensajito escrito, un “mail”, una “carita feliz” en su cuaderno, una
flor en su cuarto… que les está diciendo “te noto, te reconozco, te
aprecio”
A fin de lograr esta nueva actitud de dirigirnos a nuestros hijos y
alumnos, lo único que es necesario es observarlos, escucharlos, y verlos con
amor y después expresarles desde nuestro corazón lo que vemos y sentimos.
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